sábado, 1 de agosto de 2015

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El viento corre frío y en círculos dentro de la habitación de madera.
Como siempre le ruego al cielo por 10 minutos más, los cuales son sólo 10 minutos cronológicos en mi propio sistema de medición del tiempo. Me duele la rodilla izquierda y tengo que girar de un lado a otro, me pongo en posición fetal y me recuerdo que debo ir al médico, esto es otra tendinitis en potencia.
Y vuelvo a pelear con el teléfono, apretar la pantalla o deslizarla, la primera decisión del día. De nuevo miro al cielo y me recuerdo de lo afortunada que soy por no cumplir horarios, bueno, no siempre. Pero estoy en plan de ser positiva e intento que no se me olvide.

Poner un pie fuera de la cama siempre es una lucha y es que como tu muy bien dijiste, ese es mi espacio por naturaleza, mi zona de seguridad. Nada que ahí no se pueda solucionar, en mis propios 10 minutos.

Salgo, camino, siempre hace frío y de un momento a otro las manos se me congelan. Nada fuera de lo común, debo llevar toda mi vida lidiando con eso. Rojo, morado, café, blanco y agrietado.

Se escucha el ajetreo de la calle, autos, niños. Ni  parecido al de la urbe, el ajetreo perfectamente podría ser un día de silencio absoluto en los otros lugar. Y vuelvo a sentirme agradecida, de renunciar y de confiar en mis decisiones. Sin importar las consecuencias, siempre confío y agradezco (si supiera sánscrito esto perfectamente podría ser mi mantra).

Ducha, desayuno y salgo a la calle. Se siente el frío en la nariz, las manos y los pies, me deslizo a todos los vestigios de sol que encuentro, solo para descubrir que por lo general son una estafa y está tan frío como debajo de los árboles. Pero no importa, me consuela pensar que el frío es mejor que el calor y vuelvo a pensar en que es maravilloso experimentar otros climas, en el desafío que implica acostumbrarme a el y me vuelvo a sentir feliz de estar aquí.

Camino y saludo, sonrío y mantengo conversaciones breves. Me recuerda algunos viajes, donde te saludas en diferente idiomas, o simplemente te sonríes. Es inevitable dejar de odiar. 
Siempre reparo en los colores  que va tomando la comuna, mi favorito era el festival de tonalidades otoñales regadas por el sueldo, un espectáculo sublime, el cual contemplaba en primera fila.

Por favor, déjenme recordar todo esto siempre.












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